Búsqueda en los contenidos de la web

Búsqueda avanzada

2025: un sector alimentario obligado a recomponerse

Ricardo Migueláñez. @rmiguelanez

2025 será recordado como el año en que el sector alimentario español dejó de poder esconder sus tensiones estructurales detrás de su fortaleza histórica. Hemos hablado durante años de resiliencia, de capacidad de aguante, de peso económico y social. Todo eso sigue siendo cierto. Pero este año ha dejado claro que la resistencia, si no se traduce en adaptación, se agota.

La foto del sector es incómoda, pero nítida. Márgenes cada vez más estrechos, costes crecientes, presión competitiva global, exigencias regulatorias que se superponen y un consumidor más fragmentado, más exigente y menos predecible. A esto se suma una Europa volátil, en la que prioridades como el bienestar animal pueden entrar y salir de la agenda política al ritmo de los ciclos electorales. El resultado es un entorno en el que productores, industria y distribución operan con una sensación crónica de incertidumbre: se les pide transformarse mientras se les cambian las reglas a mitad de partido.

Desde GIS Alimentario, 2025 ha sido menos un año de celebración por el décimo aniversario y más un año de diagnóstico. Diez años de trabajo nos han enseñado que, antes de pedirle al sector que cambie, hay que entender realmente qué le duele. Por eso, a lo largo de este año hemos puesto el foco en escuchar y ordenar lo que ya se intuía: que sostenibilidad y competitividad siguen discutiéndose como si fueran conceptos opuestos, que la innovación no termina de escalar y que la sobrerregulación se ha convertido en uno de los principales frenos para avanzar.

Una de las herramientas clave en ese proceso ha sido la encuesta titulada “Sostenibles pero estancadas”, lanzada para tomar el pulso a las empresas del sector. Sus respuestas dibujan una realidad clara: la mayoría de las compañías ha iniciado un camino hacia la sostenibilidad, pero una parte importante se siente bloqueada a la hora de transformar esos avances en innovación real, en nuevos modelos de negocio, en productos y procesos que cambien de verdad la forma de alimentar a la sociedad. Hay movimiento, pero no al ritmo que todos quisiéramos, porque no se puede.

En la jornada “La empresa alimentaria del futuro” quedó claro que la verdadera brecha no es solo entre grandes y pequeños, ni entre industria y distribución, sino entre quienes están invirtiendo en anticiparse y quienes viven instalados en la urgencia permanente. De ese ejercicio surgió el Decálogo de la Industria Alimentaria, concebido como una especie de brújula compartida: una forma de recordar que la rentabilidad no es negociable, pero que sin sostenibilidad —ambiental, social, reputacional— esa rentabilidad tiene fecha de caducidad. Más que un documento para citar es una invitación a revisar decisiones diarias: cómo se producen los alimentos, cómo se comunican, qué impacto tienen, qué prioridades se ponen de verdad encima de la mesa cuando los números no salen.

La otra gran conversación del año ha girado en torno al clima y la energía. En la jornada “Descarboniza que algo queda”, la conclusión fue clara: la transición climática ya no es discutible, pero sí lo es la manera de gestionarla. El sector está dispuesto a moverse, y de hecho lo está haciendo en muchos frentes, pero el riesgo es que la descarbonización se convierta en una carrera para unos pocos en lugar de un proceso ordenado para el conjunto. Sin métricas claras, sin estabilidad regulatoria y sin acompañamiento en inversión, la transición puede acabar ampliando brechas en lugar de cerrarlas.

En paralelo, la jornada dedicada a la sobrerregulación puso palabras a una sensación compartida desde hace tiempo: no es tanto que haya “demasiadas” normas, sino que hay demasiadas capas que no siempre dialogan entre sí. El Decálogo para frenar la sobrerregulación y recuperar la competitividad nació de ahí, como una llamada a la sensatez: pedir una regulación más simple, evaluada y coherente no es pedir privilegios, es pedir condiciones mínimas para seguir invirtiendo, innovando y manteniendo empleo y tejido productivo.

La décima edición de Feeding The World cerró el año recordándonos que el horizonte 2050 no es un ejercicio retórico, sino un examen de coherencia. No se trata de elegir entre sostenibilidad o rentabilidad, sino de aceptar que la única rentabilidad posible a largo plazo será la que integre criterios ambientales, sociales y de buen gobierno. Tampoco se trata de decidir si la solución está en el campo, en la industria, en la distribución o en la administración. Se trata de asumir que o suman todos, o no suma nadie.

El balance de 2025 no es complaciente. Hemos visto un sector cansado, tensionado, a veces a la defensiva. Pero también hemos visto un sector que sigue teniendo capacidad de reacción, que se sienta a debatir, que se atreve a poner en cuestión inercias que hace unos años parecían intocables. Desde GIS Alimentario, este año ha servido para constatar que nuestra función no es ofrecer recetas cerradas, sino generar los espacios, los marcos y las herramientas —como los cuestionarios, los decálogos y las jornadas de trabajo— que ayuden a que cada eslabón tome mejores decisiones.

2026 no va a ser más sencillo. Si algo hemos aprendido en este décimo aniversario es que el futuro del sistema alimentario no vendrá dictado por una sola norma, ni por una sola tecnología, ni por una sola crisis. Vendrá definido por la calidad de las decisiones que tomemos ahora y, sobre todo, por la capacidad de construir alianzas que vayan más allá de la foto.

 

Si queremos un sector alimentario fuerte en 2050, ya no podemos seguir pensando ni gestionando como en 2015. Y esa toma de conciencia —por incómoda que sea— es quizá el avance más importante que nos deja 2025.

volver

Grupo de Innovación Sostenible