Vivimos tiempos de contradicciones: nunca antes la humanidad tuvo tantos avances científicos y tecnológicos para producir alimentos, y sin embargo, la inseguridad alimentaria, la crisis climática y la injusticia social siguen marcando la agenda global. En este contexto, el Decálogo de principios inspiradores y compromisos éticos para el futuro del sistema alimentario elaborado por el Grupo Alimentario de Innovación y Sostenibilidad (GIS) se presenta como una brújula moral y práctica para aquellos que quieran avanzar de cara al futuro que nos espera.
Este decálogo es el resumen de la jornada “La empresa alimentaria del futuro”, organizada por el GIS el pasado mes de junio. Allí, los principales actores del sector analizaron los desafíos y oportunidades que definirán el futuro de la industria alimentaria española, compartiendo estrategias y experiencias de éxito en un momento crucial para la competitividad y la viabilidad del sector. En otras palabras, no es un manifiesto improvisado, sino el resultado de escuchar a quienes, desde dentro, conocen las luces y sombras de la cadena alimentaria.
Los diez puntos que recoge este decálogo tocan las fibras más sensibles de nuestra relación con la producción de alimentos: desde la sostenibilidad ambiental hasta la justicia social, pasando por la transparencia, la innovación, las personas y el bienestar animal.
Todo parece lógico y necesario. ¿Quién podría oponerse a eliminar el desperdicio de alimentos o garantizar condiciones laborales dignas para quienes trabajan la tierra y la transforman? Y, sin embargo, algo nos detiene: la complejidad de poner en práctica lo que todos decimos compartir.
La principal pregunta es: ¿estamos preparados para asumir que nuestra cesta de la compra debería reflejar el coste real de producir de forma ética y sostenible? La rentabilidad y los márgenes para las empresas son fundamentales si queremos que haya empresarios que se dediquen a producir alimentos, y por eso el primer punto de este decálogo se centra en esta materia.
Lo hemos denominado, “Rentabilidad y sostenibilidad global” y se centra en la necesidad de adoptar prácticas sostenibles a lo largo de toda la cadena de producción de alimentos que resulten rentables y que protejan el medio ambiente, preservando la biodiversidad y fortaleciendo la resiliencia frente a las consecuencias del cambio climático. Sin economía, no hay sostenibilidad.
El principio de innovación responsable y sostenible plantea otro reto: ¿puede la tecnología ser realmente aliada de la naturaleza y la justicia social, o acabará reforzando desigualdades si no se democratiza su acceso? Las promesas de la inteligencia artificial y el blockchain suenan bien, pero ¿quién controla esas herramientas? ¿Quién garantiza que su uso no se convierta en otro privilegio de unos pocos?
El decálogo también pone el foco en la educación y conciencia alimentaria, clave para transformar hábitos de consumo y prácticas empresariales. Pero ¿cómo logramos que esta educación llegue a todos los rincones, especialmente a quienes menos recursos tienen? Y, sobre todo, ¿qué papel juegan los gobiernos y las grandes empresas? ¿Están realmente comprometidos con estas transformaciones o solo decoran discursos para ganar legitimidad?
Otro principio esencial es la colaboración global. Sin alianzas sólidas, sin un marco común de valores y normas, los esfuerzos locales se diluyen. ¿Seremos capaces de priorizar el bien común por encima de los intereses particulares y las rivalidades políticas?
Y finalmente, la pregunta que sobrevuela todo el decálogo: ¿qué podemos hacer cada uno de nosotros? A veces, ante tanta grandilocuencia, se olvida que el cambio empieza en gestos tan cotidianos como elegir productos de proximidad, no tirar comida o exigir a las marcas transparencia y coherencia.
Este decálogo, surgido del diálogo entre empresas, expertos y administraciones, es sin duda un mapa para reorientar el rumbo. Pero un mapa no sirve de nada si no hay voluntad de recorrerlo. ¿Tendremos el coraje y la constancia para pasar de las buenas intenciones a los hechos? El futuro del sistema alimentario es, en el fondo, una pregunta sobre qué tipo de sociedad queremos ser. La respuesta, como siempre, está en nuestras manos y en nuestra mesa.