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La controversia entre cumplir el ODS 2 o los GEI

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Ricardo Migueláñez. Coordinador del GIS

Hace poco escuché a Jaime Lamo de Espinosa, profesor mío de mi escuela de agrónomos, decir: «primero, conseguir el hambre cero y, luego, hablar de reducir los gases de efecto invernadero. Esto me hizo reflexionar sobre todo lo que está pasando alrededor de la producción de alimentos, al menos, lo que llega desde el ámbito institucional. Y por eso he escrito esta opinión, que, como siempre, lo que pretende es ‘despertar conciencias’.

Debido al rápido crecimiento poblacional, a los daños al medio ambiente y a la inadecuada distribución de los alimentos, desde hace algunos años la pregunta de algunos expertos en materia alimentaria y de gran parte de la población general es: ¿habrá suficientes alimentos para todos de aquí a unos años?

Según un informe de las Naciones Unidas, el número de personas que padecen hambre en el planeta aumentó hasta alcanzar los 828 millones de personas en 2021, lo que supone un aumento de unos 46 millones desde 2020 y de 150 millones desde el brote de la pandemia de la enfermedad por coronavirus (COVID-19). Esto demuestra cómo el mundo se está alejando de su objetivo de acabar con el hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición en todas sus formas de aquí a 2030.

Por este motivo, me pregunto habitualmente, en público y en privado, si no sería necesario darle una vuelta a la fecha de cumplimiento de la Agenda 2030, porque además de que cada día parece más difícil lograrlo, también lo es para el ODS 2, ‘Hambre cero’. Supongo que, al igual que pasó con los Objetivos del Milenio, lo que hacen las instituciones es llegar a la fecha marcada, y luego poner otro objetivo, como hicieron en su día. Pero ¿no será más fácil, como hacen las empresas, tratar de reajustar su plan a la situación real tras la pandemia y todo lo que estamos viviendo ahora?

Lo que tengo claro es que hay que abogar por un mundo más sostenible para las personas y el planeta, pero lo que también está claro es que todas estas cuestiones filosofales de las que hablamos y debatimos en Europa no son iguales en todo el mundo, ni tienen la misma importancia. Hay personas en los países en desarrollo que poco a poco van teniendo acceso a la proteína animal, la prueban y les gusta, además de que les hace bien para su cuerpo. Y quieren seguir comiéndola a precios razonables.

En la mayoría de los casos, la carne que circula por el mundo procede de países desarrollados, con importantes avances tecnológicos que podrían no solamente cubrir la demanda de alimentos sino cambiar completamente el enfoque de la alimentación en pocos años. Y lo están haciendo. Están produciendo proteína animal cada vez de forma más responsable y, por lo tanto, están poniendo su granito de arena para que el hambre en el mundo acabe cuanto antes.

Porque está claro que las soluciones basadas en las nuevas tecnologías pueden ayudar a los agricultores y ganaderos a aumentar el rendimiento de sus cultivos y, a su vez, reducir el consumo de energía e insumos que utilizan, haciendo que las prácticas agrícolas sean más eficientes.

Así que me gustaría hacer un llamamiento a políticos, administraciones públicas, organizaciones que van en contra de la ganadería y la proteína animal, las cuales tienen, hoy en día, mucho predicamento en la mayoría de los despachos donde se deciden las medidas que presionan a los ganaderos, para que surja, desde España, un movimiento que haga reflexionar a todo el mundo sobre qué tiene que ser primero: alimentar al mundo o presionar a las empresas que lo están haciendo bien para que desaparezcan. Porque, las que lo hacen mal, que no están en los registros y por tanto no van a visitarlas ni controlarlas, no tienen los sobrecostes que tienen las que producen alimentos de forma cada vez más responsable.

Continuamos apostando por el cumplimiento de los ODS. Creemos que es necesario poner normas claras y condicionantes medioambientales de bienestar animal, pero no sin antes intentar mejorar el ODS número 2.

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